Se terminaron las vacaciones. Han sido unos días movidos, extraños, exasperantes, gratificantes, divertidos... Realmente no he tenido tiempo de aburrirme, cosa que ya me esperaba.
Antes de nada tengo que confesar algo: no entiendo a los portugueses, y no entiendo a esa gente que dice que el idioma es muy similar y que vivimos muy cerca y es fácil. No, porque yo no me he enterado de nada. Así que le doy las gracias al inglés por estar en todas partes y ayudarme a sobrevivir. A parte de esto y de que he cambiado el lugar donde me quedaba dos veces y hubo momentos realmente tensos en los que pensé que dormiría en el coche, ha ido bien. Me ha pasado un poco de todo.
La primera noche estuve en Lagos. Venía de morir de calor en Sevilla y se me quedaron los ojos como platos cuando tuve que coger mi chaqueta. Hacia un frío interesante, tanto que tuvimos que irnos de la terraza en la que estábamos en busca de un poco de calor. Lagos estaba absolutamente abarrotado de extranjeros, no cabía ni un alfiler por allí. Y la verdad es que aunque había sitios muy bonitos, perdían un poco de encanto.
Me he hartado de comer, vaya platos enormes que ponen allí. Como he echado de menos las tapas de España. También es cierto que aquella zona es súper turística, pero me ha faltado la típica taberna donde tomarte una cerveza con unas aceitunas. Y claro a lo que llamaban tapas era a raciones pequeñas muy caras...
Pero todo, absolutamente todo ha tenido su recompensa solo con las playas preciosas que hemos visto. Sacadas de un cuento, idílicas e increíbles. Se me quedan cortos los adjetivos para describir lo impactantes que son. Un agua verde, cristalina, digna de una playa del caribe, Lugares tan inspiradores que hacían volar mi imaginación. Sitios en los que perderse, que se quedan contigo, grabados en tu memoria y en tus sentidos. Playas que rompen tu mandíbula.
Y no solo las playas, también he visto pueblos preciosos. Faro que tiene una puesta de sol maravillosa. La vimos desde una terracita en la que se estaba muy a gusto, la verdad es que es un pueblo muy bonito. Albufeira con sus vistas al mar y su calles angostas llenas de tiendecitas. No pude disfrutar mucho de Portimão, porque llegamos muy tarde, pero a la mañana siguiente visitamos un mirador genial.
Más o menos, esto es todo. Bueno se me quedan mil momentos en el tintero, pero eso ya es parte de mis recuerdos. De la memoria que genera cada viaje y el hecho de conocer un sitio nuevo. Una de las experiencias más enriquecedoras.
Os dejo con algunas fotos del viaje. Esta moderna (de pueblo) se despide.
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