Mala Rodriguez
Música
Opinión
Música: Mala Rodríguez, la furia de la Andalucía con delantal.
sábado, mayo 09, 2020
Hace
algunos días, escuchando una playlist bastante tocha de rap actual, recordé
unos comentarios que el sector fanático más rancio del rap me hizo sobre Mala
Rodríguez; “no ha inventado nada”, “sobrevalorada”, “vendida”...
Yo,
iluso, pensaba que eso del rechazo al pop y a los sones latinos se había
estancado en el 2012, pero se ve que no.
Decidí
entonces comentar en las stories que pretendía escribir una columna sobre el
papel de La Mala en el feminismo español y, en particular, en mi concepción
artística y musical. Para mi sorpresa, La Mala no sólo había visto mi
publicación sino que me animaba a hacerlo.
Tengo
una deuda, así que ya no hay pereza alguna; lo que hay es una presión inmensa,
voy a escribir sobre una de mis artistas favoritas con una carrera musical de
más de 20 años y una estantería de premios incalculables... yo, un chaval de 17
años, y lo va a leer ella, Mala Rodríguez.
Para
entenderlo todo debemos empezar desde el inicio, desde mi inicio.
Imagínenme
sentado en mi pupitre diminuto de niño de primaria, con alrededor de 10 años
menos, probablemente en una de las últimas horas lectivas del día.
Una
profesora de música de cuya cara ya ni me acuerdo entraba en la clase, una
clase con siete niños desde infantil hasta sexto, un batiburrillo de mentes que
corren a distintas velocidades. Esta vez no tendríamos que tocar la flauta
(gracias a Dios), sino que planteaba una cuestión: ¿sabéis lo que es la
violencia de género?
Una
cuestión que ahora, con 17 años y en el 2020 puede parecerme una broma, pero
que entonces fue un hecho casi milagroso.
Yo
la conocía levemente, otros no tanto.
Antes
de explicarnos nada se acercó a la pantalla táctil y entonces ocurrió la magia.
De
pronto, una diosa egipcia apareció en una finca andaluza con un cancán rosa y
un corsé rojo, sosteniéndose sobre unas botas gigantes y con una pala en mano.
Desde el comienzo ya intuía que sería una canción, pero claro, nunca había
visto ni oído nada así.
Dos
florecitas se asomaban sobre sus orejas como sosteniendo su flequillo, en aquel
momento dudé de si era una princesa, de hecho, lo pensé, una bella durmiente
sin conocimiento de su condición de reina.
Ella
estaba envuelta en una risa burlona y una inocencia impecable hasta que, al
tercer segundo, todo se cayó.
“MALA”
Nunca
había conocido a nadie que se llamara así, mi cabeza no asimilaba la relación
entre la imagen y su propio nombre. Me costaba entender cómo podía presentarse
como “mala”, ese fue el primer golpe justo en mi conciencia bebé
patriarcal.
La
mujer se paseaba por el campo, bailando, feliz. Le cantaba a las plantas, los
patos y hasta a un pozo, era toda una fantasía bucólica.
“Sí,
por ti yo sería capaz de morir.”
Hasta
aquí todo formaba parte de un cuento de hadas, nada se salía de lo habitual en
ellos, y ahora que lo pienso, todo estaba mal: el pozo, los patos, el cancán
rosa y, sobretodo, esa frase.
En
su momento, pude entender el tono sarcástico, pero no de la misma forma con la
que ahora lo hago.
Un
grupo de mujeres jugaba a las cartas mientras que los que parecían sus hijos
daban patadas a un balón.
De
pronto, el marido de una de ellas comienza a agredirla.
Guau,
aquí empieza el espectáculo, pensé.
La
mujer que cantaba seguía con su ocio y sus saltos alegres pero una ira
incandescente se escuchaba al fondo.
“Mírame
a los ojos si me quieres matar
Na,
nanai, yo no te voy a dejar.”
Ese
instante determinó mi condición como persona y mi manera de ver el mundo y de
ver a las mujeres. Siempre había entendido el papel de la mujer maltratada como
la víctima que debe victimizarse y cuya única faceta es la del llanto y la
agonía y, verdaderamente, toda la sociedad española lo había entendido
así.
Pero
no, esta hija de Cronos y Rea, patrona de las familias felices y del hogar,
gritaba junto a las mujeres de su vídeo que mataría a aquellos que fueran a su
casa a faltar.
Ella
no dejaba que la mataran, ella se reía y le preguntaba al hombre que cuándo
aprendería a poner una lavadora. Ese fue el parto de mi manera de concebir la
igualdad de género y de desarrollarme como persona, una canción de La Mala.
Sorprendentemente
y con el paso de los años he conocido a muchas personas, mayores que yo, que
recuerdan sus primeros pasos en el feminismo a través de la artista gaditana. Y
es que, en la España dolorosamente arraigada a cierta oscuridad, nunca se había
escuchado nada así.
Poca
gente entendía la lucha feminista y poca gente la compartía. Los esquemas se
situaban en la apelación constante a la víctima y la necesidad de esta de
denunciar a su agresor.
Pero
La Mala se enfrentaba de cara a ellos, tomando el rol de héroe protagonista que
tantos Marios y Luigis han tomado siempre.
Conforme
crecía, lo hacía ella. Conocí las drogas por “La niña”, cuyo videoclip incluso
fue censurado. Aprendí que llorando no se consigue na’ con “La rata”, y que el
presidente era, es y será un cabrón.
Que
por algo mato, que mis deseos, mi expresión y mis gustos son míos y que no debo
de esconderme detrás de ninguna puerta, que tengo que matar. No tenía miedo a
volar, porque ella me enseñó.
Conocí
la lucha antifascista y el antiimperialismo americano con ella, detrás de la
pantalla de mi ordenador.
No
soy solo yo, son muchísimas personas, especialmente mujeres, a las que la Mala
ha diagnosticado y ha curado. Ella es más que una artista, ella es una bruja,
un lujo, una hija melancólica, una reina del espacio exterior y una dirty
bailarina.
Cuando
no era usual la presencia de mujeres en el rap, ella se situó en el podium y,
de alguna forma, le abrió las puertas a muchas otras.
A
veces me sorprende la cantidad de artistas con los que ha colaborado, me parece
casi imposible llevarse bien con tanta gente, ni siquiera yo tengo tantos
conocidos. De alguna forma, La Mala, en sus múltiples figuras, también
metamorfoseó en un puente hacia otros artistas y otros géneros tanto para mí
como para muchísima otra gente.
Ha
experimentado con cantidad de géneros musicales, se ha acercado a puntos
melódicos y se ha distanciado de ellos; se ha quemado las yemas de tocar todas
las vertientes posibles y, literariamente, es poesía de la calle, enunciados
breves y definidos que te golpean la cara dejándote marca, pero por dentro.
Cada
vez me emociona más crecer a la par que lo hace su carrera artística. En una
época de poses, acentos imitados y elementos robados a culturas oprimidas,
todavía queda una mala que planta cara y, desde el respeto y la comprensión,
defiende la honestidad y la lucha del pueblo andaluz y gitano.
Y
es que ella, más allá de ser un ícono feminista, es un ícono andalucista y
obrero. Dentro de la monotonía política en la industria musical y lo poco que
se mojan los artistas, ella ha defendido siempre su postura luchadora y ha
plantado cara al fascismo contemporáneo, el más peligroso.
Por
eso y por otras muchas razones, además de ser una figura musical, Mala
Rodríguez es una figura política.
Ahora
que salgo de fiesta y escucho la música que en ellas suena, doy un paso más y
ella también lo hace.
Se
ha adaptado de una forma muy sutil a los nuevos ritmos urbanos y a las nuevas
temáticas recurrentes, aunque, como ya comencé diciendo, el sector más rancio
del rap la critique por ir más allá.
En
esa idea de rechazo subyace un racismo sólido, un odio hacia lo latino que se
almacena en la parte de atrás de nuestra cabeza y que lo pagamos con el
reggaeton y el dembow.
Probablemente,
primo hermano del odio que la Mala recibió en sus inicios; una mujer andaluza,
de barrio y sin pelos en la lengua es el centro de la diana de la
opresión.
Me
encantaría apedrearos a enlaces de canciones que me han determinado como
persona y que me han hecho crecer, pero prefiero que seáis vosotros los que
descubráis el oro que se esconde detrás de ese nombre artístico. Una “Mala”
que, de alguna forma, es la mujer entendida desde el plano heteropatriarcal, y
un “Rodríguez”, tercer apellido más común en Andalucía, que es todo un grito de
identidad.
Si
has llegado hasta aquí, que sé que a veces cuesta, muchas gracias Mala.
Artículo por Keita Darek.
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