Música: Mala Rodríguez, la furia de la Andalucía con delantal.

Hace algunos días, escuchando una playlist bastante tocha de rap actual, recordé unos comentarios que el sector fanático más rancio del ra...


Hace algunos días, escuchando una playlist bastante tocha de rap actual, recordé unos comentarios que el sector fanático más rancio del rap me hizo sobre Mala Rodríguez; “no ha inventado nada”, “sobrevalorada”, “vendida”...
Yo, iluso, pensaba que eso del rechazo al pop y a los sones latinos se había estancado en el 2012, pero se ve que no. 


Decidí entonces comentar en las stories que pretendía escribir una columna sobre el papel de La Mala en el feminismo español y, en particular, en mi concepción artística y musical. Para mi sorpresa, La Mala no sólo había visto mi publicación sino que me animaba a hacerlo. 
Tengo una deuda, así que ya no hay pereza alguna; lo que hay es una presión inmensa, voy a escribir sobre una de mis artistas favoritas con una carrera musical de más de 20 años y una estantería de premios incalculables... yo, un chaval de 17 años, y lo va a leer ella, Mala Rodríguez. 
Para entenderlo todo debemos empezar desde el inicio, desde mi inicio.
Imagínenme sentado en mi pupitre diminuto de niño de primaria, con alrededor de 10 años menos, probablemente en una de las últimas horas lectivas del día. 
Una profesora de música de cuya cara ya ni me acuerdo entraba en la clase, una clase con siete niños desde infantil hasta sexto, un batiburrillo de mentes que corren a distintas velocidades. Esta vez no tendríamos que tocar la flauta (gracias a Dios), sino que planteaba una cuestión: ¿sabéis lo que es la violencia de género?
Una cuestión que ahora, con 17 años y en el 2020 puede parecerme una broma, pero que entonces fue un hecho casi milagroso.
Yo la conocía levemente, otros no tanto.
Antes de explicarnos nada se acercó a la pantalla táctil y entonces ocurrió la magia.
De pronto, una diosa egipcia apareció en una finca andaluza con un cancán rosa y un corsé rojo, sosteniéndose sobre unas botas gigantes y con una pala en mano. Desde el comienzo ya intuía que sería una canción, pero claro, nunca había visto ni oído nada así.
Dos florecitas se asomaban sobre sus orejas como sosteniendo su flequillo, en aquel momento dudé de si era una princesa, de hecho, lo pensé, una bella durmiente sin conocimiento de su condición de reina.


Ella estaba envuelta en una risa burlona y una inocencia impecable hasta que, al tercer segundo, todo se cayó.

“MALA”

Nunca había conocido a nadie que se llamara así, mi cabeza no asimilaba la relación entre la imagen y su propio nombre. Me costaba entender cómo podía presentarse como “mala”, ese fue el primer golpe justo en mi conciencia bebé patriarcal. 
La mujer se paseaba por el campo, bailando, feliz. Le cantaba a las plantas, los patos y hasta a un pozo, era toda una fantasía bucólica.

“Sí, por ti yo sería capaz de morir.”

Hasta aquí todo formaba parte de un cuento de hadas, nada se salía de lo habitual en ellos, y ahora que lo pienso, todo estaba mal: el pozo, los patos, el cancán rosa y, sobretodo, esa frase.
En su momento, pude entender el tono sarcástico, pero no de la misma forma con la que ahora lo hago.
Un grupo de mujeres jugaba a las cartas mientras que los que parecían sus hijos daban patadas a un balón. 
De pronto, el marido de una de ellas comienza a agredirla.
Guau, aquí empieza el espectáculo, pensé.
La mujer que cantaba seguía con su ocio y sus saltos alegres pero una ira incandescente se escuchaba al fondo.
“Mírame a los ojos si me quieres matar
Na, nanai, yo no te voy a dejar.”
Ese instante determinó mi condición como persona y mi manera de ver el mundo y de ver a las mujeres. Siempre había entendido el papel de la mujer maltratada como la víctima que debe victimizarse y cuya única faceta es la del llanto y la agonía y, verdaderamente, toda la sociedad española lo había entendido así. 
Pero no, esta hija de Cronos y Rea, patrona de las familias felices y del hogar, gritaba junto a las mujeres de su vídeo que mataría a aquellos que fueran a su casa a faltar. 
Ella no dejaba que la mataran, ella se reía y le preguntaba al hombre que cuándo aprendería a poner una lavadora. Ese fue el parto de mi manera de concebir la igualdad de género y de desarrollarme como persona, una canción de La Mala.

Sorprendentemente y con el paso de los años he conocido a muchas personas, mayores que yo, que recuerdan sus primeros pasos en el feminismo a través de la artista gaditana. Y es que, en la España dolorosamente arraigada a cierta oscuridad, nunca se había escuchado nada así.
Poca gente entendía la lucha feminista y poca gente la compartía. Los esquemas se situaban en la apelación constante a la víctima y la necesidad de esta de denunciar a su agresor.
Pero La Mala se enfrentaba de cara a ellos, tomando el rol de héroe protagonista que tantos Marios y Luigis han tomado siempre.
Conforme crecía, lo hacía ella. Conocí las drogas por “La niña”, cuyo videoclip incluso fue censurado. Aprendí que llorando no se consigue na’ con “La rata”, y que el presidente era, es y será un cabrón. 
Que por algo mato, que mis deseos, mi expresión y mis gustos son míos y que no debo de esconderme detrás de ninguna puerta, que tengo que matar. No tenía miedo a volar, porque ella me enseñó. 
Conocí la lucha antifascista y el antiimperialismo americano con ella, detrás de la pantalla de mi ordenador.
No soy solo yo, son muchísimas personas, especialmente mujeres, a las que la Mala ha diagnosticado y ha curado. Ella es más que una artista, ella es una bruja, un lujo, una hija melancólica, una reina del espacio exterior y una dirty bailarina.
Cuando no era usual la presencia de mujeres en el rap, ella se situó en el podium y, de alguna forma, le abrió las puertas a muchas otras. 
A veces me sorprende la cantidad de artistas con los que ha colaborado, me parece casi imposible llevarse bien con tanta gente, ni siquiera yo tengo tantos conocidos. De alguna forma, La Mala, en sus múltiples figuras, también metamorfoseó en un puente hacia otros artistas y otros géneros tanto para mí como para muchísima otra gente. 
Ha experimentado con cantidad de géneros musicales, se ha acercado a puntos melódicos y se ha distanciado de ellos; se ha quemado las yemas de tocar todas las vertientes posibles y, literariamente, es poesía de la calle, enunciados breves y definidos que te golpean la cara dejándote marca, pero por dentro.
Cada vez me emociona más crecer a la par que lo hace su carrera artística. En una época de poses, acentos imitados y elementos robados a culturas oprimidas, todavía queda una mala que planta cara y, desde el respeto y la comprensión, defiende la honestidad y la lucha del pueblo andaluz y gitano.
Y es que ella, más allá de ser un ícono feminista, es un ícono andalucista y obrero. Dentro de la monotonía política en la industria musical y lo poco que se mojan los artistas, ella ha defendido siempre su postura luchadora y ha plantado cara al fascismo contemporáneo, el más peligroso.
Por eso y por otras muchas razones, además de ser una figura musical, Mala Rodríguez es una figura política.


Ahora que salgo de fiesta y escucho la música que en ellas suena, doy un paso más y ella también lo hace. 
Se ha adaptado de una forma muy sutil a los nuevos ritmos urbanos y a las nuevas temáticas recurrentes, aunque, como ya comencé diciendo, el sector más rancio del rap la critique por ir más allá.
En esa idea de rechazo subyace un racismo sólido, un odio hacia lo latino que se almacena en la parte de atrás de nuestra cabeza y que lo pagamos con el reggaeton y el dembow.
Probablemente, primo hermano del odio que la Mala recibió en sus inicios; una mujer andaluza, de barrio y sin pelos en la lengua es el centro de la diana de la opresión. 
Me encantaría apedrearos a enlaces de canciones que me han determinado como persona y que me han hecho crecer, pero prefiero que seáis vosotros los que descubráis el oro que se esconde detrás de ese nombre artístico. Una “Mala” que, de alguna forma, es la mujer entendida desde el plano heteropatriarcal, y un “Rodríguez”, tercer apellido más común en Andalucía, que es todo un grito de identidad. 
Si has llegado hasta aquí, que sé que a veces cuesta, muchas gracias Mala.


Artículo por Keita Darek.

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