Reseña: Seis películas de amor (y todo lo contrario) para ver un domingo

Siempre me han interesado las relaciones, los comportamientos humanos y el modo en el que concebimos el amor, sus normas, sus límites y, en ...

Siempre me han interesado las relaciones, los comportamientos humanos y el modo en el que concebimos el amor, sus normas, sus límites y, en definitiva, sus formas.




Algo en mí se ha inclinado siempre a la búsqueda de elementos, motivos o referentes que, de algún modo, se acerquen a mi manera de sentirlo, de percibirlo y, en algunos casos, de obviarlo. Más allá de lo “sano” o lo “tóxico”, más allá de lo bello o de su posible componente enfermizo y más allá de las ideas preconcebidas a las que nos debemos enfrentar como seres sociales que somos. 

Esta búsqueda atemporal y casi invisible que he vivido a lo largo de mi vida se ha visto condicionada por mis experiencias, mi entorno e, incluso, por mis ideales políticos. Casi siempre ha encontrado muros y dictaduras de lo bien pensante que me han empujado a huir de mi propia experiencia terrenal para encontrar mi sitio en un plano más fantástico o, en este caso, artístico.

El amor se presenta, para mí, como un útil indispensable para mi existencia e inherente a nuestra condición, aunque me pese, de máquinas biológicas. No es el mejor lugar ni soy la mejor persona con la que se pueda utilizar la carta mágica de lo ético y, espero, nunca encontrarme con la necesidad de sacarla yo.

El amor está en todas partes, no existe una sola película en la que el móvil de la acción no sea este, ya sea el amor fraternal, el amor hacia uno mismo, el revés oscuro del amor, el amor por el dinero o el amor, amor. Aún así, las películas románticas, a mi parecer, son las que peor lo muestran, y con el único fin de compartir con vosotros algunos de los filmes que han contribuido a mi “despertar” y a la idea que ahora reside en mi del amor, os presento las películas que, en algún momento de mi vida, se escaparon de la pantalla y residen en mí, para que así os escapéis también vosotros un rato.

 

1.- Love (2015), de Gaspar Noé.

 

“El amor es extraño, ¿cómo es que algo tan maravilloso pueda causar tanto dolor?”

 

Love ha sido para mi vida lo que el sextape del 2006 fue para Kim Kardashian, un reflejo paródico y caricaturesco de mí mismo que, de alguna forma, cultivó la semilla de mi afición por el cine y, sobre todo, de mi amor al amor. 

La vi en un largo viaje de bus en el que tuve el tiempo necesario para reflexionar acerca de ella y, desde entonces, he preferido no verla otra vez por mi miedo a no sentir lo mismo y por el valor inmensurable de la singularidad de ese momento. 

La historia tiene a Murphy (Karl Glusman) como protagonista, un estudiante de cine hastiado y apático que se levanta un 1 de enero con la llamada perdida de la madre de su expareja, Electra (Aomi Muyock). 

La preocupación de su antigua suegra por el paradero de su hija empuja a Murphy a recordar su historia con ella. Así, la mayor parte de la película ocurre en la memoria de Murphy, y, en definitiva, la propia película responde a la necesidad del protagonista de rodar una en la que aparezca su visión del amor: sangre, semen y lágrimas. 

El reverso temporal y los saltos entre realidad y recuerdo convierten al filme en un perfecto retrato de la tortura del protagonista y de su declive psicológico. 

Así, ese “Amor” del que Noé nos avisa en el título contiene la propia vida en él, todos los sentimientos a los que nunca has sabido dar nombre residen en Murphy, en Electra, en las infidelidades, los abusos, las drogas, el sexo, el café, los ruidos y los silencios de la película que conforman las extremidades de ese amor que, en definitiva, y como decía Camarón, es una auténtica pena. 

Las malas críticas que recibió debido a su “componente pornográfico” y de las miles de payasadas que he tenido que escuchar sobre este largometraje y su “exceso” de sexo, me han llevado a afirmar algo que siempre ha estado rondando en mi cabeza: si no logras captar la belleza que reside en el sexo, tienes la mente sucia.

 

 

2.- La jalousie (2013), de Philippe Garrel.

 

“Quizás entiendes la ficción mejor que la vida real.”

 

Una vez leí que las películas de Garrel no estaban hechas para “novatos emocionales”, y esta desde luego tampoco. “La jalousie” está en una edad más avanzada de la vida y el crecimiento humano, mucho menos loca visual y temáticamente hablando que la anteriormente mencionada. 

Un aspecto característico de la película y el más determinante es el entramado familiar que construye tanto en la trama como, incluso, en la participación de sus propios familiares en sus filmes.

De esta forma, el amor se plantea en diferentes direcciones: el protagonista (Louis Garrel) y su pareja (Anna Mouglais), su hija, y la relación entre esta con sus padres. Para no entrar en spoilers ni en información no deseada, prescindo de mi verdadera reflexión sobre los hechos que se retratan. Indispensable para los amantes del cine francés.

 

3.- Something must break (2014), de Ester Martin Bergsmar.

 

“Méame en la boca si eso hará que me ames”

 

He recomendado tanto esta película que, sin quererlo, se ha convertido casi en mi carta de presentación. La primera vez que la vi fue hace 5 años y, con el fin de sacarle todo el jugo, tuve que repetir su visionado varias veces años después.

La película gira entorno a Sebastian (Saga Becker), un chico andrógino en proceso de descubrimiento de su propia identidad, el cual conoce a Andreas (Iggy Malmborg) con el que comienza una extraña relación sexoafectiva que trasciende (y de lejos) las fronteras a las que ambos estaban acostumbrados.

Más allá de la propia historia de amor y su (fabuloso) desenlace, el valor del largometraje reside en el gélido retrato de un sector de la comunidad homosexual donde priman las relaciones de poder, los encuentros furtivos y la destrucción del protagonista en sus intentos de validación personal. Siempre he dicho que si “Call me by your name” es el yin del cine gay mainstream, “Something must break” encarnaría el yang. Contrarios pero interdependientes y bajo la amenaza de convertirse en sus opuestos.

Cabe destacar también la sublime banda sonora y las interpretaciones de los protagonistas, además de su título, que es toda una declaración de intenciones: Algo debe romperse.

 

4.- Amour (2012), de Michael Haneke.

 

“Anne: Es hermosa.

Georges: ¿El qué?

Anne: La vida… tan larga. La larga… vida.”

 

¿Renunciarías a la persona que amas por la persona que amas?.

Una de las películas más duras emocionalmente hablando que he visto nunca. Palma de Oro en Cannes y Oscar a la mejor película extranjera.

En ella, presenciamos el declive físico y mental de Anne (Emmanuelle Riva), desde los ojos de las paredes y de su marido (Jean-Louis Trintignant) y, cómo no, encerrados durante dos horas en su casa. Tanto tiempo conviviendo con ellos hace al espectador un elemento casi activo en la historia que se discute entre las mil maneras distintas con las que sobrellevar la situación. Cercana y cruel, pero otra de las formas en las que el amor se muestra, crece y muere. Algo que me apasiona de la película son sus pocos diálogos, casi siempre sin respuestas pero que, de alguna forma, se responden, y la simbología que, desde el principio, nos avisa de su final; así como esa escena inicial en la que nos sitúa en un fuera de campo mientras un público nos observa, un paralelismo entre espectadores tan explícito que, mientras más lo interrogamos, más nos incomoda.

Desde el punto de vista ético, se plantea unn debate a la orden del día y extremadamente importante también en nuestro propio universo “real”. ¿Qué es el amor?.

 

5.- Les amours imaginaires (2010), de Xavier Dolan.

 

“Lo que amas es el concepto”

 

Si estás leyendo esto y me conoces mínimamente ya sabrás lo que amo la filmografía de Dolan, su visión de la maternidad, sus representaciones de los enfants terribles y sus maravillosas escenas musicales. 

Admiro la visión del director sobre las relaciones familiares y el nacimiento de los impulsos sexuales prohibidos, de hecho, podría llevarme años encontrar los adjetivos necesarios para describir los sentimientos que “Mommy”, “Juste la fin du monde” (de obligado visionado, por cierto) y “J´ai tué ma mère” despertaron en mí en su momento.

Como digo, podría haber incluido cualquiera de sus obras en esta lista, porque todas ellas exprimen el amor y lo sepultan de una manera exquisita, situando al espectador en el lugar de un falso juez donde la ética y la moral no sólo no tienen cabida, sino que ni siquiera son bienvenidas.

Aún con todo, prefería ir más allá y escribir también acerca de esos amores imaginarios que tan bien se recrean en este largometraje y que absolutamente todos hemos vivido.

La película gira entorno a dos amigos, Francis (Xavier Dolan) y Marie (Monia Chokri), quienes conocen a Nicolas (Niels Scheider), un chico alto, rubio, malcriado y pseudobohemio (lo normal, vamos) del cual se prendan locamente. Es así como comienza la guerra entre ambos para conquistarlo, una carrera de interpretaciones erróneas, abrazos acaramelados y confesiones dualistas que conducirá a ambos hasta un inesperado final. Todo ello, fragmentado por monólogos de personajes secundarios con reflexiones bastante interesantes sobre cómo concebimos las muestras de amor, cómo lidiamos con aquello que creemos nuestro o aquello de lo que renegamos y, sobretodo, como ello existe, principalmente, en nuestra cabeza.

 

6.- Happy Together (1997), de Wong Kar-Wai.

 

Se me hace imposible elegir alguna frase de la película de la misma forma que al protagonista se la hace imposible hablar en aquel bar frente a la grabadora. 

La última de esta selección de películas es, a su vez, la última que vi. Siempre he pensado que el mayor responsable en la comunicación artística es el espectador. El momento emocional por el que esté pasando es crucial para la interpretación de la obra, pero cualquiera que se le dé es correcta. Aún así, agradezco haberla visto ahora, desde la tranquilidad y el remanso sentimental porque, si no llega a ser así, haberla visto podría ser toda una bomba de relojería.

Happy Together narra la desastrosa historia de Lai (Tony Leung) y Ho (Leslie Cheung), una pareja de Hong Kong que emprenden un viaje hasta Argentina, donde las cosas se tuercen. 

A ambos les empujaba un mismo motivo, visitar juntos las Cataratas del Iguazú de la misma forma que dos siluetas las observan en la lámpara que los acompaña y que se vuelve un arma de doble filo para el recuerdo.

Este podría ser un buen ejemplo de cómo no amar y lo es, pero también reside belleza para nosotros como espectadores ese “mal amor” que Kar-Wai nos presenta bajo ese irónico título y ese majestuoso final.

La sensibilidad con la que el director baña sus imágenes con los tangos argentinos y colorea los diálogos con las luces cálidas del verano hace de esta película una obra maestra.


Artículo por Keita Darek.

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